Pocos días hace que se clausuró el VI Encuentro Estatal de Intervegas. Ni siquiera unas jornadas de semejante magnitud son capaces de abarcar tantos temas candentes de la actualidad ecológica y social.
Podríamos concluir que todas las medidas, propuestas y debates que se generaron tuvieron un denominador común: mitigar las consecuencias del cambio climático. Y es que, poca gente habla ya de evitar el calentamiento global. Es una idea obsoleta cuando presta atención a datos como la reducción del 1.45% al año del caudal de los ríos [Martínez-Fernández. J. (2013)]; o el calentamiento gradual de la atmósfera y océanos [IPCC (2014)].
La adaptación que el ser humano debe poner en marcha ante estas evidencias debe ser inmediata. La agricultura y la ganadería serán las primeras afectadas. Decía Carlos Lacasta en las jornadas: “Aún estamos a tiempo”.
El concepto de Soberanía Alimentaria es relativamente variable según el punto de vista desde el que se mire: desde la agricultura ecológica, que prima la capacidad de alimentar a la población de manera “sostenible”; o desde la agroecología, que busca, además, una participación activa de la sociedad en su territorio, salud y medio ambiente (obviamos, por su puesto, de esta idea a la agricultura convencional). No obstante, en líneas generales, solo podemos entender la Soberanía Alimentaria desde la perspectiva rural: el principal baluarte de la alimentación sana, consciente y en equilibrio con el medio.
En España esta terminología aún la estamos asimilando. Incluso, diría que aún la estamos definiendo. Y son foros, como el de Intervegas, donde vamos adquiriendo la capacidad de desarrollar líneas de actuación en un país donde los suelos, paisajes, territorios, tradiciones y maneras de pensar geopolíticamente son tan variopintas.
A pesar de ello, el debate principal no está en el aprovisionamiento de tierras, o la lucha campesina frente a las grandes mafias (al menos, no mucho), como ocurre en Sudamérica. El debate en España es, incluso, más contradictorio: concienciar que la sociedad tiene el poder de vivir mejor en base a potenciar la agricultura sostenible de su territorio. Que los granadinos pueden vivir mejor si se alimentan de su Vega.
Actualmente, la Vega de Granada sufre un envejecimiento prematuro. No por su edad, si no por las políticas urbanísticas devastadoras que se ciernen sobre ella bajo la pasiva mirada de sus habitantes. En una sola generación, hemos visto la destrucción continua de suelos fértiles por carreteras, autovías y grandes infraestructuras comerciales; el derrumbe del patrimonio agrario; y el progresivo y casi irreparable olvido de las prácticas agrícolas tradicionales. A la vista está que, todo ello, nos ha convertido en una de las comarcas más contaminadas de este país.
Recordemos que Granada no se sitúa donde está por azar, sino por los ricos suelos agrícolas de su planicie, y el constante abastecimiento de agua de las sierras envolventes. Es decir: por su Soberanía Alimentaria. Pensar que la globalización nos hace estar exentos de los vínculos históricos con nuestra vega, es estar ciegos (o querer ser ciegos).
Aun así, nuestra comarca tiene la capacidad de sobrevivir con base en sus recursos. Sin embargo, nuestra Soberanía Alimentaria se ve lastrada por la falta de consumidores locales, aunque no por falta de demanda. Me explico: queremos tomates de la Vega, pero no sabemos dónde comprarlos. Esta idea se extrapola a todo el territorio español como nos comentaron nuestros compañeros manchegos, asturianos, canarios… Por tanto, la solución se vislumbra clara: tenemos que crear redes de productores locales que movilicen los nichos de mercado que están sin satisfacer. Para ello, es necesario el cooperativismo y voluntad social y política.
Si la mitad de las despensas de las familias granadinas estuvieran ocupadas por productos alimentarios producidos en nuestra comarca: ¿cómo de limpio estaría el aire que respiramos?, ¿cómo sería la agrodiversidad de nuestros suelos?, ¿cuántos puestos de trabajo dignos se crearían en el territorio?, ¿cuánto de patrimonio material e inmaterial se conservaría?, ¿cuánto de este paisaje extraordinario seguiría ofreciéndose al disfrute de la ciudadanía, tanto local como visitante? En definitiva: ¿cómo de rejuvenecida estaría nuestra Vega?
Da igual desde qué comarca leas esto, el problema es el mismo. La solución, también.