La desertificación es una de las consecuencias más graves de la acción humana sobre el suelo, el agua y los ecosistemas. Los mayores expertos en la materia se han reunido para avanzar que en el nuevo Plan Nacional de Lucha contra la Desertificación será clave en la estrategia de transición ecológica de España (El Ágora)[i].
En el “Programa de Acción Nacional contra la Desertificación” (2008)[ii] se hablaba de un 74% de zonas secas en España y de 9 millones de hectáreas en alto riesgo de desertificación, esas cifras se nos han quedado claramente pequeñas. Según la Vicepresidenta y Ministra para la Transición Ecológica y Reto Demográfico, el avance en el conocimiento sobre este grave problema ambiental y los nuevos compromisos de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, han motivado que se inicie la redacción de un nuevo programa contra este problema ambiental para dar respuestas integradas no solo a los impactos, sino también a las causas que la provocan. El Gobierno pretende aprobarlo en los primeros meses de 2022. Estamos ante un panorama muy complicado, como ya nos ha dejado claro el último informe del IPCC y aumentan las preocupaciones. Pero no podemos parar, hay que dar respuestas ya. Es importante un esfuerzo divulgador para poder llevar a buen puerto dicho plan. Será necesaria la máxima participación y transparencia, además de movilizar a los actores del territorio, porque esta nueva estrategia debe ser de todos (El Ágora)i.
Colectivos de todas las Comunidades Autónomas del Estado Español hemos elaborado y consensuado la “Proposición de Ley para la Protección de los Suelos de Alto Valor Agroecológico y de Suelos de Interés Agrario” (Ley InterVegas)[iii], la cual la registramos en el Congreso de los Diputados.
Como resultado del “Pacto Verde Europeo” y de la “Estrategia de la UE sobre la Biodiversidad para 2030”, el 17-11-2021 la Comisión Europea presentó una nueva estrategia sobre el suelo, a fin de hacer frente a la doble crisis climática y de la biodiversidad: “Los suelos sanos constituyen la base del 95% de los alimentos que consumimos, albergan más del 25% de la biodiversidad del mundo y constituyen el mayor almacén terrestre de carbono del planeta. Sin embargo, el 70% de los suelos de la UE no se encuentra en buenas condiciones. La estrategia establece un marco con medidas concretas encaminadas a la protección, la rehabilitación y el uso sostenible de los suelos, y propone un conjunto de medidas voluntarias y otras jurídicamente vinculantes. Esta estrategia tiene por objeto aumentar el carbono del suelo en las tierras agrícolas, luchar contra la desertificación, rehabilitar las tierras y suelos degradados y velar por que, de aquí a 2050, todos los ecosistemas del suelo se encuentren en buen estado...”(CE.)[iv].
En la actividad agropecuaria, estos hechos se agravan aún más desde el momento en que se dejó de valorar la desaparición de muchos corredores ecológicos (flora y fauna que habitaba en los numerosos paredones, linderos de fincas agrícolas, vías pecuarias, ríos, arroyos, barrancos y, en general, cualquier tipo de cauce) que atraviesan diferentes áreas del territorio, mantenedores de innumerables procesos originariamente ligados a ciclos de la materia, flujos de la energía o movimientos biológicos de diferente índole.
Una vez más debemos recordar que estas estrechas franjas de terreno actúan como filtro para unas especies, de hábitats para otras, son fuentes de efectos ambientales y biológicos a su alrededor y, cuyo mantenimiento, a cualquier escala, es esencial para el propio funcionamiento del planeta, como así suele ponerse de manifiesto reiteradamente en los cada vez más frecuentes períodos de recurrentes sequías e inundaciones.
De una u otra manera somos conocedores y, por tanto, en cierto grado partícipes, de la evidente transformación que está sufriendo el entorno agrario en las últimas décadas, solo es necesario pasear por los campos para comprobar que espacios de vegetación de márgenes son los pequeños, pero a la vez grandes, necesarios e imprescindibles, agroecosistemas olvidados de la actividad agraria.
Esas preocupantes inquietudes y la labor tenaz y desinteresada que algunas personas vienen realizando para posibilitar su regeneración, de nuevo me ha estimulado para trasladar, o en su caso recordar, los indispensables beneficios que nos reportan estos valiosos elementos naturales y, también, animar a esa gente, pobre en medios materiales y recursos económicos pero rica en voluntad y entrega, para que su esfuerzo no desemboque en desilusión.
Aunque su origen es anterior a otras actividades, y su recuperación y mantenimiento muy simple, las desarrolladas sobre ellos les están causando un estado de deterioro bastante perjudicial y variado, al menos, pudiéndose agrupar en tres grandes bloques: ocupación de terrenos, extracción de recursos y los derivados de actividades relacionadas con los malos usos y/o abusos del agua.
Su mantenimiento responde a necesidades muy diversas, a diferentes usos de suelo y a múltiples motivos, entre otros los de: ejercer como cortaviento natural para la protección de cultivos; mantener sistemas soportadores de vida; refugiar a flora y fauna; actuar de desnivel entre campos de labor, terrazas o márgenes; servir para educación e investigación científica; actuar de separador entre fincas y cultivos; enriquecer el paisaje; aportar consideraciones éticas, valores estéticos, recreativos, deportivos y, en general, prácticos (potencial terapéutico, potencial genético para especies cultivadas, control de la erosión…)…; sin olvidar su importancia socio-económica, directa e indirecta.
En consecuencia, estos ecosistemas albergan unos valores que los convierten en espacios de gran interés para propósitos de conservación. Es por ello que los objetivos de las nuevas plantaciones y otras actuaciones responden a intereses ambientales, agrarios, sociales…, e incluso también económicos, especialmente a medio largo plazo. Por ejemplo: dejar evolucionar de forma natural zonas fácilmente encharcables, preservar suelos rocosos, proteger sotos para limitar campos agrícolas de pulverizaciones pesticidas, no cultivar suelos improductivos, respetar elementos naturales y culturales, plantar árboles y arbustos en lindes de caminos, crear barbechos faunísticos, implantar setos cortavientos, respetar los cerramientos para el ganado, vigilar los abusos efectuados sobre las propiedades públicas rurales, sellar vertederos incontrolados…
Colectivos relacionados con estos temas, personas agricultoras, ganaderas, cazadoras, jornaleras, investigadoras…, que reflexionen sobre ello, enseguida vislumbrarán que estas utilidades ambientales se traducen en beneficios, entre otros muchos, gracias a los siguientes efectos:
- Frena la erosión del suelo y retiene el agua.
- Mantiene el equilibrio ecológico.
- Beneficia a la fauna.
- Suaviza el rigor climático en su zona de influencia (regula las crecidas y las inundaciones, aumenta las precipitaciones, disminuye la evapotranspiración, incrementa la producción de rocío…).
- Encierra un alto valor paisajístico y cultural.
- Ayuda en la lucha contra plagas (dada la rica flora y fauna que puede llegar a existir en estos ecosistemas, la cual ayuda a controlar de forma natural muchas plagas de cultivos: determinados pájaros consumen gran cantidad de orugas y otros insectos; también lo hacen escarabajos y escolopendras que habitan bajo las piedras y entre la vegetación; la lechuza y otros rapaces nocturnos se alimentan con gran cantidad de ratones y topillos, a veces difíciles de erradicar de los cultivos, etc. Por tanto, su presencia ha constituido, y debería seguir constituyendo, un elemento importante del control integrado de plagas. Tampoco conviene olvidar que, a su vez, también ayuda a disminuir gran cantidad de sustancias contaminantes del entorno rural.
- Hace de cortavientos natural, y con ello: protege la pérdida de suelo por erosión eólica e hídrica; impide la rotura o derribo de plantas, ramas o frutos; facilita la polinización; aumenta el rendimiento de las cosechas; protege los cultivos contra la limitación de crecimiento que impone el fuerte viento; abriga al ganado y protege caminos, cultivos, viviendas y otras construcciones típicas del medio rural de las inclemencias meteorológicas; produce bienes directos…
- Origina una extensa variedad de flora y fauna que puede producir una serie de bienes de uso habitual en el mundo rural nada despreciable: plantas comestibles (espárragos, collejas, vinagreras, cardillos…), frutos silvestres (higos, moras, chumbos, madroños, acerolas, enebros…), setas, caracoles, plantas medicinales y aromáticas, leña, estacas, madera, caza…
- Ofrecen zonas de cría, alimentación y refugio a los animales..
Una vez más, finalizo con la siguiente reflexión final: ¿cuánto les costará a nuestras generaciones venideras corregir las agresiones ambientales que les estamos dejando en herencia?. Quizá algún día nos demos cuenta de este despilfarro socio-ecológico, e incluso económico, y nos animemos a conservar mejor nuestro entorno natural. Cada vez somos más numerosos quienes intentamos hacerlo.
Nota: Este texto es un extracto actualizado de la ponencia presentada en las jornadas “Coloquio Leader 99 en la frontera del siglo XXI“ (Cala, M. y Ramírez, A.), celebradas en 1999 en Loja. Parte de la misma fue publicada en la revista “Romería de Bujalance” en 1999, y en “Granada por una Nueva Cultura del Territorio” en 2017
Referencias:
[i] EL ÁGORA ((2021). “España contará en 2022 con un nuevo Plan Nacional contra la Desertificación”. El Ágora, Madrid 7 de octubre de 2021.
[ii] PANCD (2008). “Programa de Acción Nacional contra la Desertificación”. Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino.
[iii] LEY INTERVEGAS.